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Desenmascarar el populismo

Iñigo Fernández, diputado del Partido Popular en el Parlamento de Cantabria

"¿De dónde va a salir el dinero para adelantar la jubilación a los 60 años o para conceder un subsidio de 600 euros a cada familia? ¿Cómo se paga eso? Los dirigentes de Podemos hablan todos los días en televisión, pero no lo explican".

 

Siempre que una sociedad sufre una crisis económica tan severa como la actual, el fenómeno del populismo hace acto de presencia. Ha ocurrido siempre a lo largo de la historia. Sucede con la sociedad como con una persona enferma. El médico le indica un tratamiento y ese tratamiento exige sacrificios. Pero si la recuperación no se produce con la suficiente rapidez, aparece la tentación de prescindir del médico y acudir al curandero. No importa cuáles sean las consecuencias de acudir al curandero: la tentación siempre esta ahí.

En España, las respuestas a la crisis que ofrecen hoy el populismo, y su líder, Pablo Iglesias, son las propias del curandero. Si hay familias con dificultades y con todos sus miembros en paro, se aprueba un subsidio de 600 euros para cada una de ellas. Si hay desahucios, no se abordan las causas sino que se prohíben los desahucios. Si hay cuatro millones y medio de personas en paro, se adelanta la jubilación a los sesenta años. Da lo mismo que la economía crezca o no, que pueda con ello o no. Si nos comen las deudas con los acreedores que durante años han financiado nuestro déficit público, se deja de pagar a los acreedores. Si Europa nos exige el cumplimiento de determinados compromisos para sanear nuestra economía, abandonamos el euro. Si cientos de emigrantes subsaharianos quieren entrar ilegalmente en España y contemplamos imágenes desagradables simplemente porque la Policía cumple con su obligación de custodiar las fronteras, eliminamos esas fronteras... La lista es infinita y variada, pero la solución es siempre la misma: el populismo y la demagogia.

Luego está el sentido común. Adelantar la jubilación a los sesenta años es tanto como acordar la quiebra del sistema público de pensiones. En seis meses, ningún jubilado podría cobrar su pensión. Distribuir un subsidio de 600 euros al mes para cada familia con dificultades implicaría un desembolso de en torno a 16.000 millones de euros al año. ¿De dónde sale ese dinero?. Se necesita mucho dinero para atender todos estos compromisos, pero al mismo tiempo nos negamos a pagar la deuda que tenemos contraída. ¿Quien nos va a prestar dinero? ¿Anunciando que no vamos a hacer frente a la deuda contraída, alguien nos va a confiar nuevos créditos? ¿Y nuestra economía? ¿Alguien puede pensar que crecerá más rápidamente si abandonamos el euro y los mercados europeos? ¿En qué lugar del mundo ha funcionado la autarquía? ¿En Corea del Norte? ¿En Cuba?

Los dirigentes de Podemos salen a diario en televisión. De hecho, tienen copadas las televisiones. Pero sólo se dedican a lanzar soflamas y a hacer demagogia. ¿De dónde va a salir el dinero para adelantar la jubilación a los 60 años o para conceder un subsidio de 600 euros a cada familia? ¿Cómo se paga eso? Hablan todos los días en televisión, pero no lo explican.

Es cierto que muchos ciudadanos ni siquiera se plantean cuáles son sus propuestas, porque consideran inviable su llegada a las instituciones de gobierno y porque creen que, en el fondo, se trata en exclusiva de un voto de protesta. Nadie piensa en Podemos como una alternativa de gobierno, sino como una manera de expresar un sentimiento de hartazgo. Es válido. Perfecto. Cada uno utiliza su voto como quiere. Lo que ocurre es que la aventura está llena de riesgos. Tras la crisis de 1929, también florecieron en Europa respuestas populistas al modelo democrático. Todo el mundo las conoce. Se llamaron comunismo y fascismo. Ni bienestar, ni prosperidad, ni estabilidad... Nada.

Este fenómeno del populismo, aquí capitalizado por la extrema izquierda, no es exclusivo de España. En toda Europa han aparecido respuestas igualmente extravagantes. El populismo griego se llama Syriza y es muy parecido al de Podemos. El de Francia se llama Marine Le Pen. El de Italia, Beppe Grillo. Todos ellos cuestionan el estado actual del modelo europeo, sin reparar en que este modelo -el pacto alcanzado tras la II Guerra Mundial por los partidos democristianos y socialdemócratas para construir el estado del bienestar- ha proporcionado el periodo de mayor estabilidad, prosperidad y crecimiento económico de toda la historia.

Hoy se propone en España hacer una revolución, pero nadie dice a dónde ha de llevarnos. Se propone derribar el modelo institucional surgido de la Constitución de 1978, pero nadie dice cuál es el nuevo modelo. Sólo sabemos de dónde viene la idea: de Cuba, de Venezuela, de Ecuador... Es para echarse a temblar. Muchos españoles creemos que el sistema debe mejorarse, pero sin revoluciones. En el siglo XIX las sociedades avanzaban mediante revoluciones. En el siglo XXI las revoluciones no son la respuesta, y mucho menos si lo que pretenden es sacarnos de Europa para llevarnos a Sudamérica.

Hemos pasado lo peor de la crisis; España empieza a crecer económicamente (este año un 1,3 y el próximo un 1,9); el paro empieza a descender (casi 400.000 parados menos en lo que va de año); la corrupción existe, pero se ataca desde la instituciones, desde los juzgados, desde la fiscalía, desde la policía, desde las medidas de transparencia impulsadas por el Gobierno... Después de siete años terribles, España empieza a ver el final del túnel. ¿Es precisamente este el momento de abandonar el tratamiento médico y entregarnos a las manos de los curanderos? Decididamente no. Ni es momento para populismos, ni para revoluciones, ni para soluciones bolivarianas que lo único que consiguen es empobrecer a todos. Hoy, más que nunca, el lugar de España debe seguir siendo Europa.

 

Tribuna de opinión publicada el 27 de noviembre de 2014 en El Diario Montañés

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