Lleva semanas y semanas instalado en una suerte de campaña electoral anticipada. Quedan dos años para la cita con las urnas (mayo de 2019), pero Miguel Ángel Revilla solo habla de elecciones. Sobre el hecho, gravísimo, de que en los dos últimos años la economía regional haya crecido casi un punto menos que la economía del conjunto del país, no habla. Sobre la recuperación del empleo, más tibia en Cantabria que en el resto de España, no habla. Sobre el modelo de desarrollo para la región, no habla. Sobre la ausencia absoluta de proyectos y obras por parte del Gobierno de Cantabria, no habla. Sobre la pérdida creciente de peso del sector industrial, no habla. Solo se le oye hablar de ganar las próximas elecciones. No importa para qué. No importa con qué objetivo. No importa con qué proyecto. Quedan dos años para la cita con las urnas. Queda mucho por hacer en Cantabria. Pero el debate político parece ocupado, no por el futuro que le espera a esta región y por lo que se hace o no sé hace para abordarlo, sino por satisfacer una obsesiva vanidad personal: ganar las elecciones por primera y única vez en su vida. El 'ego' de Miguel Ángel Revilla se ha convertido en el centro del debate político. El futuro de Cantabria no parece preocuparle en absoluto a quien ocupa la presidencia del Gobierno regional. No va con él. No le interesa.
Revilla alienta sus ilusiones, no en los éxitos de su gestión al frente del Gobierno de Cantabria, que no se ven por ningún lado, sino en la división que aqueja al resto de los partidos políticos de la región. Es cierto que el resto de partidos han afrontado procesos internos complejos. Es cierto, también, que en España los electores han castigado tradicionalmente la división interna en los partidos políticos. Pero también lo es que tales divisiones pueden obedecer a la necesidad de articular proyectos políticos nuevos, proponer otros métodos de trabajo y otros equipos humanos, ofrecer propuestas diferentes a las conocidas hasta ahora, acercarse más a la sociedad a la que se pretende representar... En definitiva, renovarse. La renovación de los equipos políticos es parte del proceso democrático: que las bases puedan elegir entre varias opciones no debería asustar a nadie en una sociedad democrática, donde lo importante no es tanto quien integra la ejecutiva de este o aquel partido, como qué proyecto de futuro se presenta a la sociedad.
En el PRC, sin embargo, no hay nada de eso. Su líder se ha instalado en el conformismo y la complacencia. Que Cantabria viaje en el vagón de cola de la economía nacional no parece preocuparle ni lo más mínimo. Solo le quita el sueño ganar las elecciones por primera y única vez en su vida. Sólo le obsesiona satisfacer una vanidad personal.
En ese estado de cosas, su discurso político de los últimos tiempos se reduce a culpar al Gobierno de España de todos sus fracasos. Si Cantabria se encuentra entre las regiones de España con un déficit público más elevado se debe a que el Gobierno central no le ha abonado 22 millones de euros con cargo al plan de financiación de las obras del Hospital Marques de Valdecilla y otros tres de un ‘proyecto fantasma’ llamado Fundación Comillas. Oculta, eso sí, que hasta ahora ha consignado 285 millones de euros para Valdecilla y que los 22 últimos no se ingresaron en las arcas regionales por la negligencia del Gobierno de Cantabria, que no fue capaz de cumplir con el trámite mínimo de justificar en plazo ese gasto con la presentación de las correspondientes facturas. Si la economía cántabra crece un punto por debajo de la media nacional, se debe a que el Gobierno central no invierte lo suficiente. Si el paro baja en Cantabria mucho menos que en el conjunto del país, se debe a que Mariano Rajoy le tiene manía. Si todos los agentes económicos y sociales coinciden en que Cantabria carece de un modelo económico de futuro, no se debe a que el Gobierno de Revilla carezca de ideas, sino a que nadie le ayuda. Siempre hay otro a quien echarle la culpa. Jamás ha asumido ninguna de sus responsabilidades. Si Cantabria languidece, se debe o a que el Gobierno central no le ayuda lo suficiente o a que no le funciona la parte socialista de su propio gobierno. Siempre hay una buena excusa. Jamás hay un resultado.
Esta suerte de campaña electoral permanente no favorece en absoluto a Cantabria. Los grandes proyectos para la región, o vienen de fuera, o no existen. El Centro Botín es obra de la iniciativa privada. La sede asociada al Museo Nacional Reina Sofía sale adelante a pesar de las reticencias y las trabas del Gobierno regional. La obra pública, toda, es el resultado de la iniciativa del Gobierno central a través del Ministerio de Fomento: las autovías Ronda de la Bahía y Solares-Torrelavega, primero; los proyectos para el nudo de autovías de Torrelavega o el soterramiento de las vías férreas en Santander, Torrelavega y Camargo, ahora. Los sectores más pujantes, como la industria agroalimentaria, las actividades vinculadas al puerto o la hostelería y el turismo, no le deben nada de su vigor a la iniciativa del Gobierno de Cantabria, sino a un contexto general favorable al que, además, han sabido adaptarse por sí mismos. El Gobierno de Cantabria no ha sido capaz de promover nada en estos dos años: el plan eólico duerme el sueño de los justos; la captación de inversiones industriales, que alcanzó un cierto repunte durante el mandato de PP con la instalación en Cantabria de factorías como Tubacex o Coated Solutions, vuelve a la posición de punto muerto; los grandes proyectos turísticos, como el teleférico de Vega de Pas, se guardan en un cajón... Y todo el futuro se deriva al hipotético éxito de una explotación minera en la comarca del Besaya, del que tampoco se han sabido hasta ahora grandes cosas.
Es muy difícil ofrecer resultados cuando apenas se trabaja. Si se visita el despacho lo justo; si resulta imposible mantener un encuentro de trabajo con el presidente regional porque nunca tiene tiempo; si los temas importantes se dejan siempre en las manos exclusivas de los consejeros y a su propio criterio; si a los actos públicos asiste, habla el primero y se va; si solo hay tiempo para las apariciones en los programas de televisión... al final se extiende la sensación de que la región, en lugar de un presidente, lo que tiene es un candidato en campaña electoral permanente.