El que fuera presidente del Gobierno de Cantabria entre los años 2003 y 2011, Miguel Ángel Revilla, ha vuelto a ser noticia debido a su negativa a respaldar una declaración institucional del Parlamento de Cantabria en reconocimiento a la trayectoria de Juan Carlos I, con motivo del anuncio de su abdicación tras 39 años de reinado. Cuesta entenderlo en el hombre que se decía amigo del Rey; en quien, supuestamente, recibía llamadas del monarca por la noche, cuando se encontraba en su casa friendo pimientos; en quien le regalaba anchoas, pagadas, eso sí, con el dinero de todos los cántabros; en quien, también supuestamente, aparecía como confidente del monarca y le escuchaba hablar sobre sus preocupaciones más íntimas acerca de los más diversos temas. De todas esas cosas presumió Miguel Ángel Revilla durante años. Y todas ellas las utilizó para promocionarse personalmente a nivel nacional y para alcanzar cotas de popularidad suficientes, gracias a las cuales poder ser invitado a los programas de las cadenas nacionales de televisión con el único fin de contar chismes y chascarrillos. Ahora, Miguel Ángel Revilla trata de marcar distancias con todo aquello, aun a costa de demostrar que la lealtad no figura entre sus valores personales, como tampoco la responsabilidad mínima que debe exigírsele a un líder político que, entre otras funciones, ha ejercido como presidente de una comunidad autónoma por espacio de ocho años.
¿Qué ha podido llevar a Miguel Ángel Revilla a comportarse así y a aparecer a los ojos de todos como un hombre desagradecido y como un político desleal? No han sido sus convicciones, porque no las tiene. No. Ha sido el oportunismo que le ha caracterizado siempre en todas sus manifestaciones, en todos sus comportamientos y en todas sus actuaciones. Cuando, hasta hace unos años, creía que exhibir una relación de intimidad con el monarca podía favorecerle, al menos con el fin de alcanzar una cierta popularidad, no dudaba en hacer público el contenido de sus conversaciones privadas con el monarca, ya fueran reales o no. Cuando, recientemente, ha llegado a la convicción de que mostrarse crítico con las instituciones del país puede despertarle la simpatía de ciertos sectores radicales de la izquierda, no duda tampoco en mostrarse crítico con todas ellas. Ese es Miguel Ángel Revilla: un oportunista que utiliza la demagogia para decir hoy una cosa y mañana la contraria si cree que, con ello, puede ganar un puñado de votos.
La preocupación de Miguel Ángel Revilla desde hace algún tiempo consiste en captar el voto de los descontentos, de los antisistema, de los radicales. Ha leído el resultado electoral del 25 de mayo pasado y el éxito de Podemos se ha convertido en su obsesión. Quisiera emular a Pablo Iglesias y, como bien decía el portavoz del Partido Popular (PP) en el Parlamento de Cantabria, Eduardo Van den Eynde, llegará a dejarse coleta si con ello considera que puede llegar a parecérsele; se hará un piercing, si hace falta; se hará tatuajes, si es preciso. De momento ya se ha quitado la corbata para asistir a las sesiones del Parlamento. Todo lo que sea preciso para acceder a los votos de los más radicales, todo eso hará.
Miguel Ángel Revilla parece no tener en cuenta que los ciudadanos tienen memoria; que, cuando habla de la injusticia que se ha cometido con tantos y tantos afectados por la venta de las participaciones preferentes en las cajas de ahorro, era él quien gobernaba Cantabria y quien permitió aquellas ventas; que, cuando habla de la situación en que se encuentran miles y miles de desempleados, fue bajo su mandato cuando más ciudadanos de Cantabria perdieron su puesto de trabajo, y además decía de ellos que el problema de los parados es que se hacen vagos y se dedican a jugar a la baraja y al bingo; que, aunque ahora se oponga a la técnica del fracking, fue él mismo quien concedió el permiso Arquetu para perforar en la comarca del Saja-Nansa y quien guardó silencio mientras su amigo José Luis Rodríguez Zapatero concedía el resto de los permisos que afectan a Cantabria; que, aunque ahora exija infraestructuras, fue él mismo quien permitió que el entonces ministro José Blanco paralizara las obras de la autovía entre Solares y Torrelavega y dejara en el olvido cualquier proyecto de mejora de la conexión ferroviaria entre Madrid y Santander. El problema de Miguel Ángel Revilla es que puede engañar a quienes viven en Burgos, en Zaragoza o en Alicante, pero no a quienes viven en Cantabria, y le han visto gobernar, y conocen toda su trayectoria de incumplimientos, y le han sufrido lo suficiente como para saber que no es persona de la que uno se pueda fiar.
El debate sobre la Monarquía o la República es muy legítimo, y las opiniones de cada ciudadano acerca del modelo de Estado también. Pero siempre que ese debate se base en las convicciones personales de cada uno y en las ventajas e inconvenientes que implican tanto un modelo como el otro para el conjunto de la sociedad. Pero apoyar una opción u otra basándose exclusivamente en razones de oportunidad política es impropio de un político mínimamente responsable. Es evidente que Miguel Ángel Revilla no lo es.
Con su negativa a apoyar una declaración institucional del Parlamento de Cantabria en reconocimiento a la trayectoria del Rey, Miguel Ángel Revilla ha quedado no sólo como un desleal, sino también como un oportunista y como un irresponsable. Su apuesta por captar el voto de los más radicales a costa de lo que sea le ha dejado en evidencia, una vez más, como político y como persona.
Tribuna de opinión publicada el 12 de junio de 2014 en El Diario Montañés