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Ante las elecciones europeas

Iñigo Fernández, diputado regional del Partido Popular

"A la hora de votar se puede optar por los populistas, los demagogos, los radicales o los oportunistas. Es una opción, sin duda, pero quizá no tan rentable como apostar por la defensa de nuestro estado del bienestar y nuestro modelo de convivencia, construido a lo largo de los últimos cincuenta años".

 

Desde que España ingresó en la entonces denominada Comunidad Económica Europea, el 1 de enero de 1986, los ciudadanos han sido convocados a las urnas en seis ocasiones para elegir a sus representantes en el Parlamento Europeo, y el próximo mes de mayo tendrán ocasión de votar, de nuevo, por séptima vez.

Siempre, hasta ahora, las elecciones se han celebrado en clave de política nacional, no sólo aquí sino en el conjunto de los estados de la Unión. Al ciudadano le preocupan los asuntos domésticos y, en ese sentido, utilizan la oportunidad que les brindan las elecciones al Parlamento Europeo para pronunciarse sobre aquellos aspectos que le son más cercanos. En España, pero también en Francia, en Alemania, en el Reino Unido, en Polonia... el sentido del voto guarda mucha más relación con los debates de la política nacional, que con los de ámbito europeo.

Hasta ahora, esto ha funcionado así sin ningún problema. Los ciudadanos son convocados para elegir el Parlamento Europeo y para expresar su opinión sobre los asuntos de la Unión, pero ejercen su derecho como quieren y eso es legítimo. Cuando uno vota, vota lo que quiere y por los motivos que quiere. Y está en su perfecto derecho de hacerlo. Y hasta ahora no ha generado mayor contratiempo en las sucesivas consultas electorales que han venido celebrándose, quizá porque, en última instancia, siempre fueron las dos grandes fuerzas políticas europeas las que obtuvieron el mayor número de escaños parlamentarios: la opción democristiana representada por el Partido Popular Europeo, en primer lugar, y, a continuación, la opción socialdemócrata representada por el Partido Socialista Europeo. Aunque los ciudadanos de todos los países votaban en clave política nacional, las instituciones de la Unión no se resintieron nunca por ello.

Estas elecciones son distintas. Millones de europeos acudirán a votar conmocionados por los efectos de la crisis económica - la más importante desde 1929 y con efectos especialmente dramáticos en los países del sur - y sorprendidos por la débil capacidad de respuesta que, ante semejante fenómeno, han mostrado las instituciones comunitarias. La crisis del euro y sus efectos, la recesión económica, las cifras del paro en países como España, Italia, Portugal, Grecia e incluso Francia... son todos ellos temas de debate de enorme interés con vistas a las elecciones próximas, sobre todo si, como consecuencia del mismo, entre todos se logra mejorar la respuesta que hasta ahora han venido dando las instituciones de la Unión Europea frente a la crisis más devastadora que ha asolado a Occidente desde hace ochenta años.

Pero también hay un riesgo. En una situación como la actual, en la que muchos valores se cuestionan, cobran protagonismo fuerzas políticas y movimientos decididos a atacar el sistema y desestabilizarlo. El Parlamento Europeo puede llenarse de diputados procedentes de las candidaturas del Frente Nacional en Francia, los neonazis de Amanecer Dorado en Grecia, el indefinido Movimiento Cinco Estrellas de Italia, formaciones de ultraderecha en Austria o en Holanda; radicales de izquierda en Portugal, en Grecia o en Francia... Más allá de que los ciudadanos decidan castigar con su voto a los partidos tradicionales por cuestiones relacionadas con la política nacional, el peligro radica en que las fuerzas moderadas no alcancen la mayoría suficiente en el nuevo Parlamento Europeo como para proceder a la elección del nuevo presidente de la Comisión Europea o la aprobación de las Perspectivas Financieras (el presupuesto de la UE) y la Política Agraria Común (PAC). Votar en clave de política nacional es muy legítimo. Votar a candidatos populistas, radicales, demagogos o antisistema puede tener efectos devastadores sobre el futuro si, como consecuencia de ello, las instituciones europeas quedan bloqueadas a partir de entonces en su funcionamiento.

Europa tiene muchos problemas que habrá que corregir, pero los ciudadanos tienen derecho a sentirse orgullosos de lo que se ha hecho hasta ahora: el modelo de estado del bienestar, las cotas de calidad de vida que se han alcanzado, el desarrollo económico vinculado al euro, los derechos de los ciudadanos, la educación gratuita y la sanidad universal, la protección del medio ambiente... En ningún otro lugar del mundo se ha llegado tan lejos en estos aspectos. Que se corrija lo que no funcione, pero que no se cuestione el modelo si no es para sustituirlo por algo mejor.

A la hora de votar se puede optar por los populistas, los demagogos, los radicales o los oportunistas, pero quizá eso no ayude a encontrar la salida de la crisis. Es una opción, sin duda, pero quizá no tan rentable como apostar por la defensa de nuestro estado del bienestar y nuestro modelo de convivencia, que a lo largo de los últimos cincuenta años se ha venido construyendo con la participación de socialdemócratas, liberales y, sobre todo, democristianos del Partido Popular Europeo.

 

Tribuna de opinión publicada el 6 de febrero de 2014 en El Diario Montañés

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